viernes, 1 de mayo de 2020

El otro 1° de mayo: El Eternauta, veinte años después



Seguramente muchos se preguntarán a qué se debe semejante título. Pero hoy es una fecha especial para mí, porque fue en la Feria del Libro 2000 que conocí oficialmente al Eternauta.

Siempre surge la pregunta de cuándo y cómo tuvimos contacto con una determinada historieta, especialmente cuando es una que está entre las lecturas "obligatorias" por formar parte de la cultura general. En este caso tiene un tinte especial pero no por su argumento ideológico o por las circunstancias en las que se volvió tan icónica, sino por la errónea doble lectura que se le pretende dar en estos momentos tan particulares, no solo para los argentinos sino para todo el planeta. Veinte años atrás encontré este megalibro, edición "especial" de Ediciones Récord (tal vez lo último que hayan editado -o reeditado-) y lo pagué a un precio irrisorio incluso para la época, en un stand entre tantos de la Feria, en el día más atestado y caótico, donde no se podía dar un paso sin pisar al que tuviera al lado. Hoy, cuando no se nos deja caminar libremente por medio al contagio de un virus que aún no ha sido contenido, recorrer sus páginas y redescubrir el terror hacia el "odio cósmico" adquiere una dimensión impensada.




"Hoy todos somos como Juan Salvo, el Eternauta" aseguran con el mismo grado de error tanto los que se presentan a sí mismos como especialistas en el noveno arte como los que no lo son y leen por puro gusto. Y a continuación explico por qué. El crudo y descarnado relato que hace el propio protagonista al guionista al que se le aparece (Germán, el propio Oesterheld, como quedó corroborado en las secuelas realizadas años después), nos muestra como cae una nevada supuestamente radioactiva, la cual mata a quien esté expuesto por simple contacto. Esto "bastó y sobró" para hacer la consecuente comparación con el COVID-19, el gran antagonista mundial de este año en el mundo real. Y justamente ese es el gran error: el virus que nos acecha no ataca con la misma facilidad. Se requiere de un contacto cercano con quien esté infectado, por lo cual el aislamiento forzado es una medida preventiva relativamente eficiente. Pero a su vez requiere que cada quien en su hogar ventile a diario las habitaciones y dependencias familiares a la vez que se las higieniza para mantener a raya su entrada a nuestro entorno más íntimo. En el relato, la realidad es muy diferente: no basta con quedarse adentro y a salvo; también se debe cerrar la vivienda herméticamente para evitar que los copos de nieve entren y maten a quienes toquen. Esa diferencia es abismal, ya que el estado de terror que se puede crear es evidente. Y si hay limpieza, es básicamente para desechar cualquier copo que logre ingresar a la vivienda. Ese es el detalle más relevante del inicio de la obra, ya que nuestro "quedate en casa" no corre, pero sí el "encerrémonos en casa".



Un encierro que enseguida se demuestra inútil para Juan Salvo y sus amigos sobrevivientes. No solo deben salir en tales circunstancias, sino que también deben aprovisionarse para soportar todo lo que venga a continuación. Y como la nieve es letal en extremo, no es con barbijos, máscaras y guantes sino con trajes herméticos que deben afrontar el peligro en las calles. Y salir, porque en eso radica la diferencia entre vivir o morir... aunque afuera el riesgo de muerte sea explícito.



Así y todo, no hay oportunidad para considerar que estamos encerrados en casa al leer esta obra. Sobre todo porque nos invita a desafiar los peligros que nos acechan, así como también ser más conscientes de lo valiosa que es nuestra vida y de la que nos rodean. Ya sea entre cuatro paredes o en la vía pública. Tal como lo hizo Juan Salvo hace tantos años.

Por eso es buena idea salir de casa en determinadas circunstancias.